Tuesday, March 16, 2004

MIGUEL MALDONADO

Entre los dedos del pie
Hay que ir allá, a los rincones descuidados entre los dedos del pie, me dijiste. Allí es donde estamos. Sedimentos, plumín del beso mensajero, jarra de frases rota sin oreja, el hilo perdido, la hilacha de una charla, el cuarto en desorden con la caricia destendida, volutas del amor limpio y del mugroso. Allá, a los lugares de poca concurrencia, al territorio inalcanzable de la espalda, a la paja dorsal de recostarnos en el parque y que no alcanza la mano enjabonada.
Hacia el rostro anverso de tu muslo, la cara alborotada de tu palma, la rodilla de pómulos agudos, la nariz de tu tobillo, la mirada en decaedro de tus yemas, las mejillas de tus nalgas, la chapeta entre tus piernas. Y tu cadera orejona; y tu ombligo como si dijera siempre “O”. El bozo en el vientre, el tilín de la úvula del clítoris, las lenguas mellizas, el conjunto de cuellos, el trío de ojos, tu frente creciendo desmedidamente ya eres campo descubierto.
En tu rostro se ven los pies hinchados, en tu pupila se dilata todo lo que debía haber llegado, tu cabello tiene un aire maltratado. En una de las tres arrugas de la orilla de tu ojo, alguien botó el papel que te tocaba jugar en todo esto. Que no había lápiz para zurdos Que te tocó un desastroso remolino en la nuca Que
No importa, sólo importan los ojos saltones de tus venas verdes.
En el fondo somos agua, un estanque se asienta con el fluir de los cuerpos, me dijiste.


Reconocerte
Vives conmigo
tienes ya tiempo viviendo conmigo
y sin embargo
cada mañana me cercioro
si el queso crema se te antoja aún de desayuno
No me habitúo a tus palabras de costumbre
no puedo amoldarme al monótono suceso de tu cuerpo
a la cotidiana sorpresa de tu desconcertante sonrisa
no puedo con el olor usual de tu presencia
y sigo preguntando ¿quién vive?
El inminente encuentro de tu seno
a quince besos diagonales del cuello
sigue siendo para mí un descubrimiento
La cuesta de tu pubis
todavía me pierde
y subo cada noche con la boca echa bolas
como Sísifo que ha vuelto su condena expedición
En mi felina ronda mejilla a mejilla
me sigo tropezando con el relieve de tus labios
Era de esperarse que ayer como anteayer
como todas las seis de la tarde
tuvieras que convencerme
de que eres tú
de que eres la misma
que tienes ya tiempo viviendo conmigo
y eres el tradicional asombro
de todos los días

*
Somos dos, bastan media taza de arroz, sartén lubricado, y dos cubiertos de deseo sobre la cama.
Siempre se nos olvida el tenedor, nadie tiene a nadie. Media cucharada de risas y saliva que deshaga el terrón. Lamiendo el omóplato hasta el último helado del cuerpo. Piel condimentada, lunares, pecas, cosquillas, cilantro en el pubis. Camino el comino de tu nariz.
Con la comida no se juega, decía mi madre cuando niño. Llegamos con dientes de leche a la hora del amor, si algo se cae nos vuelve a crecer. Siempre terminamos envueltos en la cama y llenos de algo, pienso en unos tacos.
La cama es nuestro mundo, la cama es nuestro mundo, repetías soñolienta. Mientras la traslación de tu dedo al switch, acababa con nuestro día de setenta wats.

*
Sigo intrigado por el ticket que me dan en cada compra, me parece un tanto innecesario. Como casi todos los papeles. Quizá sólo el papel poema y el papel de baño me parecen justificables. Desnudarnos, también, me parece inútil papeleo, que desabrocha, que engrapa, que dos copias de senos, que perfora y a engargolarnos… Pero todo tiene un lado burocrático. De la naranja a la boca hay un periodo de técnica. Desnudarte como pelando una naranja, arrancando cáscaras de mezclilla, mordiendo tu espalda con problemas en el broche, como quien muerde del gajo la semilla. Después me doy cuenta que nuestras desnudeces se van olvidando; pienso acaso en pedirte un ticket para llevar la cuenta de los cuerpos en un cuarto.


Ciudadela (fragmento)
Ya ni el uso cotidiano de ir a la tienda puede ahormar la cierta repugnancia que le tengo a los días. La plantilla no logra aligerar las raspaduras del asfalto. Es hora de comprar zarpazos nuevos, cambiarse de garras, enjaguarse el rostro. Voy sacando mi dolor en abonos, en módicas cantidades de gritos, en ligeros llantos quincenales. A veces ahorro, me sobran tres o cuatro puñetazos de mesa al mes; esos que guardas, que sabes que un día sacarás del monedero porque ahora son los dioses quienes te quieren tumbar. Así no siento que me desinflo, que ya para las once soy el globo menos aventado de la fiesta, que ni en vitrina despierto el anhelo de los niños. He llegado al malecón de las cosas, ahí espero la crecida; sé que subirán las faldas y que no tendremos liquidez para salir a la alza en un olán, crisis de espermas. Me paso el semáforo y aun así no llego en punto a comprender por qué las prisas. Seguramente alguien dijo la verdad en el café pero no brindamos, estábamos atentos en pedir la parada. No estoy listo para morir, para enredarme corbata al cuello y salir a tocar puertas ofreciendo un producto hecho a base de diplomas y treinta años de sumisa garantía. Retardado, siempre fui un niño retardado. Me ha dejado el elevador, el metro y el camión; me has dejado tú. Retardado. Por dios, ya no puedo, necesito que alguien me acarree, un diablito que me lleve. Entusiasta y de antemano derrotado, como agente de ventas al umbral, así soy. Pero la tentación está allí, tan maliciosamente a la mano, como bolígrafo de abogado. Yo no quiero morir de muerte artificial. Basta llevar un portafolio y ver la hora para ganarme la confianza de todos los que caminan ceñudos a mi lado. Riamos. Si tuviste una hora de break por qué no rompiste un folio, si nunca se retrasó tu vuelo por qué no llegaste plumífera y sacudiendo nubes, si ibas muy bien con la obra por qué diste manos al teclado, por qué con computadora y todo te sigue oliendo mal la boca, no programas una fiesta. Sigo guardando deseos en la cartera, sueños que anoté en un papelito y que nunca llamé. Sigo esperando el ring del milagro, quizá sea mejor ir a su apartamento y buscar el timbre de voz para apurarlo. Voy a atiborrar este poema. Debe existir ese botón que hace que aparezcan ganas, o que abra la gabardina donde se muestre que nunca llevábamos tal cinturón, que andábamos con pantalones flojos y nunca quisimos bajarnos los vidrios para invitar un raid a la peatona. Me resguardo de las inmundicias en el baño, allí comulgo las contrariedades del día, evacuo las calles saltando a la letrina, en el excusado todo se perdona. Yo ya no salgo si no hay baño a la redonda, un sitio para escabullirse por el desagüe de la charla. Que me sienten en el retrete de consejos púgiles para asaltar con buen juego de piernas el siguiente instante. Siempre salgo entusiasmado del baño, sin esa mirada lagrimea que lo sabe todo, que terminarán por abrirme la ceja y suspender la pelea, que se deshacen de mí sin un adiós agitando los dedos, sin ese estúpido adiós, que me desprendo de ustedes y me votan sin remordimientos, como jalando la cadena. Esa mirada vidriosa que lo sabe todo, la pelea por el canal de la tele, la erección tapada por una camisa, la callada repulsión por su gordura, la vergüenza con tu hija. Por qué no ponen los señalamientos del WC más cercano de la cuadra, es terrible no saber a cuantos pasos estás del baño. Cuál es el www.com de los sanitarios, quiero estar bien informado de los horarios en que me abstengo porque están haciendo la limpieza; la @ del día que estoy cansado de verlo a los ojos y sólo quiero mandarle mensajes desde el baño. No quiero ver a nadie, quiero comunicarme por recados, “dejé mi corazón en el horno del escritorio, tráguenselo” Yo ya no puedo dar el gran salto y salir de la regadera, evacuar la taza, caerme de la cama. Mi cama es mi patria, islote del cuarto con un hombre parado en el deseo devorando su culebra, allí erijo Tenochtitlán y tiro la casa, tiro la casa por tu ventana. Día del grito en el cuarto, celebramos la dependencia del hidalgo a su falsa costilla, a la mácula del deseo: todos somos caballeros de la mancha. El último recurso que queda a una banqueta replegada a sus dos metros innegociables, es sacar la lengua. Las cosas y yo sacamos la lengua al mundo. Saca la lengua el lápiz, saca la lengua el cable, el seno izquierdo, la pata floja, la hacendosa, el ajolote, la jabalina, el silencio. Un lengüeteo de culebra nos apremia. Ningún hombre prevenido puede andar sin paletas en la bolsa, pero no hay caramelo que distraiga las lengüetadas de las cosas. Y cuando alguien ofrece un chicle a esa lengüeta que le ha crecido a todo, el rechazo es una leve elevación del hombro. El paisaje se resuelve en sacar la lengua y subir los hombros. Niños por fin.

2 Comments:

At 3:33 PM, Blogger Unknown said...

Creo que te deberías de llamar Miguel Biendonado, tu poesía es un enorme vaso repleto de sorpresas que me he bebido hasta el fondo. Me felicito por haberte leído, y a tí te agradezco que compartas estos trozos maravillosos de vida.
Ana Mar

 
At 7:43 PM, Blogger Mautinus de Ishjonfel said...

yo estoy leyendo ahora mismo el libro de ciudadela, precisamente esta parte que aquì citas, la verdad apenas lo empiezo pero hojeàndolo ya comencè a degustar tu trabajo, no puedo evitar sentirme en buena medida identificado. En fin, espero se te lea màs a menudo por estos sitios, saludos, gracias.

 

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